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Lo gamer no se destruye, se transforma

El académico Felipe Riquelme repasa su historia con Age of Empires, desde la fascinación infantil hasta el fanatismo competitivo que terminó afectando su bienestar. Hoy se reencuentra con el juego desde una vida más equilibrada.

28/11/2025

Felipe Riquelme, profesor del Instituto de Matemáticas, es un fanático acérrimo del Age of Empires, popular videojuego de estrategia en tiempo real. A la fecha, la vida académica, familiar y espiritual lo han alejado voluntariamente de su pasatiempo favorito, pero su pasión es fuerte y siempre guarda un espacio para rememorar esos buenos momentos de antaño.

Felipe, cuya especialización matemática es en sistemas dinámicos, casi como si describiera también las múltiples etapas que ha vivido con su videojuego favorito, asegura que hoy juega mucho menos, pero reconoce que su identidad gamer tiene raíces profundas. Y esas raíces están marcadas en especial por la segunda entrega del Age of Empires, un título que descubrió de niño y que, según cuenta, le hablaba tanto en clave histórica como emocional.

Los inicios

“Era un juego que uno podía jugar campañas... tenía esta componente histórica porque te iban contando una narrativa basada en hechos reales”, recuerda. Esa mezcla de estrategia, relato y descubrimiento marcó su adolescencia. Jugó campañas completas, exploró civilizaciones y disfrutó del avance tecnológico dentro del juego, hasta que a los 15 o 16 años, la vida siguió su curso y dejó el hobby en pausa.

Un par de años más adelante, un intento posterior por recrear el juego en un curso universitario terminó mal. “Fue el único ramo que me eché”, cuenta, y eso pareció sellar el cierre definitivo de esa etapa. Era su segundo receso, pero la historia dio un giro inesperado.

El regreso que pasó la cuenta

Tras terminar su doctorado en el extranjero, en su vuelta a Chile vivió unos meses de transición sin demasiadas obligaciones académicas. Fue entonces cuando redescubrió el Age of Empires desde un ángulo completamente distinto. “Me enteré de que había todo un mundo online”, relata. La curiosidad inicial se transformó rápidamente en tres meses intensísimos de juego multijugador competitivo.

A punta de tutoriales, teclas rápidas y horas de práctica, Felipe comenzó a escalar niveles. Con el tiempo, combinar trabajo, postdoctorado y partidas nocturnas se volvió parte de su rutina. Su esfuerzo rindió frutos: “Durante la pandemia alcancé el segundo peak más alto del juego”, llegando a un ELO de 1500–1600, una especie de ranking, suficientes para situarse “en el 10% mejor del mundo”.

Pero ese progreso tenía un costo. “El Age ya no era tan hobby. Se transformó en una obsesión”, admite. La presión por mejorar en mecánicas como el multitasking y la estrategia comenzó a generarle estrés, el mismo del que buscaba desconectarse. “Genuinamente no sentía que me estaba haciendo un bien.”

El quiebre llegó cuando decidió dejar la competencia y comunicarlo a sus compañeros de juego. Fue una decisión difícil, casi un duelo simbólico respecto de un pasatiempo que quería profundamente, pero que en ese momento lo estaba desgastando.

Nueva vida, nuevas prioridades

Con el tiempo, Felipe encontró un equilibrio distinto. “Ahora estoy casado, proyectando hacer crecer la familia”, cuenta con orgullo. Su vida familiar, junto con un cambio espiritual profundo, reorganizó naturalmente sus prioridades. La comunidad eclesial y los nuevos vínculos sociales lo ayudaron a salir del aislamiento típico del trabajo matemático: “Ser parte de esta iglesia y relacionarme con más personas me ha ayudado a desarrollar esta habilidad social que no tenía”, y que con el juego también se incrementaba.

Hoy intenta mantener hábitos saludables, como salir a trotar y escuchar música, otro de sus pasatiempos importantes. Y aunque el ocio es un lujo escaso, sigue defendiendo esos espacios. En casa, la dinámica gamer continúa presente: “Incluso mi esposa juega más que yo”, comenta entre risas.

Con serenidad, admite que no quiere abandonar el Age of Empires por completo. “Espero poder seguir jugando… no lo quiero dejar. No al 100% al menos”, comenta. En esta nueva etapa, el juego sigue siendo parte de su identidad, pero ya no la gobierna. Como en toda buena partida de estrategia, aprendió a redirigir recursos, cuidar su territorio y avanzar hacia una vida más equilibrada, donde el Age acompaña, pero no domina. Al igual que la energía, lo gamer no se crea ni se destruye, se transforma.

Facultad de Ciencias PUCV