09.04.2020
Los antibióticos son uno de los mayores avances de la especie humana. Desde la década de los 50, nos han salvado de enfermedades infecciosas producidas por bacterias y, gracias a ellos, la esperanza de vida aumentó ya que procedimientos en medicina altamente complejos e invasivos ya no eran mortales debido a que todas las infecciones asociadas a ellos ya podían controlarse.
Sin embargo, había un grupo de enfermedades infecciosas que no podía ser controlado con los antibióticos, la mayoría provocadas por otra clase de agentes microscópicos denominados virus. Su principal característica es que son pequeñas fracciones de material genético que para “vivir” requieren ingresar al interior de la célula, utilizando su maquinaria para dividirse y multiplicarse, lo que la final las deja totalmente inutilizadas provocando fallas en los órganos que infectan y, por consiguiente, causando la enfermedad.
Todos los antibióticos hasta ahora descubiertos actúan controlando enfermedades bacterianas, por tanto hay que decir en forma enfática que no sirven para controlar enfermedades causadas por virus.
En Chile es obligatorio presentar una receta médica para poder adquirir un antibiótico en una farmacia y, por tanto, es necesaria la consulta médica previa. Sin embargo, hay dos problemáticas cuya solución depende exclusivamente de nuestra responsabilidad como pacientes: la primera, es que la mayoría de las veces la gente no termina el tratamiento prescrito ya que, si el paciente se siente bien, deja de tomar el medicamento. Si el médico prescribe siete días un antibiótico, hay que tomarlo por ese tiempo. La segunda problemática tiene relación con la presentación que tienen estos antibióticos. Muchas veces vienen en una caja con un número de cápsulas superior al número requerido para un tratamiento prescrito por el médico, y las unidades sobrantes son consumidas por las personas sin consultar al médico y sin la receta. En estos tiempos de pandemia, el consumo de antibióticos ante la aparición de los síntomas asociados a la COVID-19 podría generar una falsa confianza, ya que la gente creería que está tratando de forma efectiva la enfermedad y se expondría teniendo contacto con otras personas, lo que traería consigo la diseminación de la enfermedad.
Hasta antes de la aparición del virus SARS-COV-2 (este es el nombre del virus ya que la enfermedad es la que recibe el nombre de COVID-19), el principal problema sanitario a nivel mundial era la resistencia a los antibióticos. Tanto la Organización Mundial de la Salud como la ONU tenían como prioritario este problema, ya que se estima que para el año 2050 ninguno de los antibióticos que utilizamos en la actualidad podría ser útil para controlar las enfermedades bacterianas.
Esta pandemia es la principal problemática sanitaria mundial actualmente, pero a su vez es un nuevo desafío para preservar el poder de los antibióticos, más aún cuando se ha considerado el uso de uno de ellos para tratar la enfermedad. Estudios realizados en Francia han demostrado que la combinación de azitromicina (un antibiótico de la familia de los macrólidos) e hidroxicloroquina (un antimalárico) ha logrado bajar considerablemente la carga viral de los pacientes hospitalizados, generando la esperada recuperación. Si bien estos resultados son alentadores, todavía faltan más pruebas para demostrar cómo actúa esta combinación de medicamentos y lo más importante es demostrar bajo qué condiciones fisiológicas el uso de determinadas concentraciones de estos medicamentos no causa daños colaterales a las personas.
Pero aquí nuevamente vuelve a surgir otro problema. Cuando estos resultados salen a luz sin la debida explicación, en algunos países, incluido Chile, la gente se lanzó a la compra de estos medicamentos en forma descontrolada automedicándose en forma indiscriminada.
La mejor forma de controlar a los virus es mediante el uso de vacunas y, en algunos casos, medicamentos antivirales. Pero para la enfermedad COVID-19 no existen aún vacunas desarrolladas y en este minuto estamos librando una carrera contra el tiempo para obtener una que sea eficaz. Mientras esperamos, la mejor medida de control es la prevención y para ello el distanciamiento social es fundamental.
Dirección General de Vinculación con el Medio