25.03.2020
La actual situación de alerta sanitaria mundial en relación al Coronavirus genera, desde el punto de vista psicológico, diversas interrogantes. Si bien no tenemos antecedentes de eventos parecidos (la especificidad el contexto sociohistórico hace que cualquier comparación con pandemias anteriores no tenga utilidad predictiva), podemos evidenciar la articulación entre dos aspectos de nuestras vidas, fuertemente tensionados, que tienen especial relevancia en la salud mental y que por ende son importantes de considerar.
Por un lado, el alto revuelo emocional producido por el manejo mediático de la situación tiene un especial impacto en este momento. La relación entre la capacidad de respuesta de nuestro sistema inmunológico y las alteraciones emocionales es ampliamente conocida y estudiada.
El miedo a lo desconocido y la sensación de amenaza invisible (cualquier persona puede ser fuente de contagio), junto a la desconfianza en nuestros recursos (la salud está en manos de otros y no depende de nosotros), nos hace especialmente vulnerables, condición que aumenta los riesgos de contagio. A eso se suman las condiciones de vida poco saludables que llevamos: una pésima alimentación tanto en los hábitos, como en lo que ingerimos; estrés, pocas horas de sueño y de actividad física, muchos distractores y escasas actividades culturales que nos nutran.
En este momento cuidarnos abre la posibilidad de hacernos más conscientes de nuestra propia responsabilidad en mantenernos saludables. Hoy en día, nuestros hábitos están guiados por la producción y no por las necesidades vitales. Estar atentxs a todo lo que hacemos mecánicamente como tocarnos la cara, tocar fuentes de contagios o entrar con zapatos sucios es, metafóricamente, una invitación a estar más presentes en todo lo que hacemos con nuestros cuerpos. Es decir, nosotros en contacto con el mundo.
Por otro lado la difusión exponencial del virus nos obliga a cambiar nuestras costumbres, a interrumpir muchas actividades, a quedarnos en casa. Paradójicamente, esa casa puede ser demasiado poblada o para otrxs tremendamente solitaria. El encierro forzado nos obliga a revisar entonces nuestra manera de estar con otrxs, tanto como cuidadorxs como en la necesidad de acompañamiento y contención.
Estar a cargo de otrxs cuando hay una situación que nos tensiona y asusta no es fácil. Tomar las decisiones correctas cuando está en juego la salud, e incluso la vida, produce angustia y una sensación de desamparo. Buscamos informaciones, pero esas, en vez de ayudarnos nos llenan de más incertidumbre y confusión y además nos generan emociones que nuevamente nos alteran. Desconfianza, rabia y desconcierto. Es importante abrir canales de comunicaciones para que la cercanía se transforme en un apoyo y deje de ser una invasión, para aprender juntxs de lo que está sucediendo, una experiencia nueva para todxs. Una travesía larga cuyo devenir es incierto.
Entonces el presente se vuelve lo único que nos ancla, necesitamos sentido y tranquilidad. La mayoría de nosotros no estamos enfermxs, necesitamos potenciar nuestra salud y la de nuestros seres queridos. Para mantenernos saludables necesitamos hábitos. No exigencias, sino disciplina en la limpieza, en el sueño, en la alimentación y en la actividad física.
Podemos pasar el tiempo buscando como entretenernos más que distraernos, generando espacios de aprendizajes creativos. Podemos apoyar los niños más en explorar nuevos aprendizajes que en hacer las tareas, aprovechar del tiempo con los ancianos para escuchar sus historias que nos hacen entenderlos mejor. Formas creativas de estar juntos y también solos.
No pretendamos hacer como que todo sigue igual, esperando volver a la “nexperiencias límites son profundamente cuestionadoras. Si podemos aceptar la incertidumbre, la confusión, la puesta en discusión y aprender de ellas saldremos de esta travesía más saludables, más conscientes, más cercanos uno con los otros.
Dirección General de Vinculación con el Medio