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Identidad Católica PUCV

Comunidad PUCV celebró la Misa de Navidad en la Capilla de la Casa Central

El Gran Canciller de la PUCV Monseñor Jorge Vega compartió un mensaje centrado en la esperanza que renueva la vida comunitaria.

El pasado lunes 15 de diciembre en la Capilla del Sagrado Corazón de Jesús se celebró la Misa de Navidad, instancia que invitó a la comunidad universitaria a detenerse para orar y disponerse interiormente ante el misterio del nacimiento del Señor.

La Eucaristía fue presidida por el Gran Canciller y Obispo de Valparaíso, Monseñor Jorge Patricio Vega y concelebrada por el Vice Gran Canciller Fray Cristian Eichin OFM y el Capellán general de la PUCV Padre Jose Pablo Valencia,  siendo  acompañados por autoridades de la Universidad  encabezadas por el rector Nelson Vásquez.

Monseñor Vega junto a Fray Cristian Eichin y el Padre Jose Pablo Valencia 

En la homilía, Monseñor Vega propuso una clave espiritual para este tiempo litúrgico: vivir la espera como una actitud activa de fe, marcada por la súplica, la confianza y la apertura a la presencia de Dios. En esa línea, recordó que la luz de Cristo no se impone ni se “produce”, sino que se acoge como don; una gracia que atraviesa las oscuridades personales y colectivas, y renueva la esperanza.

A continuación la Homilía completa de la Misa de Navidad de Monseñor Jorge Vega Velasco.

Homilía

Lunes de la III Semana de Adviento – Misa de Navidad PUCV

+Jorge Patricio Vega Velasco svd

Obispo de Valparaíso

Gran Canciller PUCV

Querida comunidad universitaria de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso: queridos académicos y académicas, funcionarios y funcionarias, estudiantes, directivos y autoridades:

En este tiempo de Adviento, ya tan cercano a la celebración de la Navidad, la Iglesia pone hoy en nuestros labios una súplica sencilla y profundamente transformadora. Rezábamos en la oración colecta:

“Dios y Padre nuestro, inclina tu oído a las súplicas de tu pueblo e ilumina las tinieblas de nuestros corazones con la gracia de la visita de tu Hijo.”

Esta oración nos sitúa en una actitud esencial de la fe cristiana: somos un pueblo que espera, que suplica y que se deja visitar por Dios. La luz que transforma la historia brota siempre como don, como gracia que precede y sostiene. El Adviento nos educa en la acogida confiada de esa luz.

  1. El pesebre: lugar de la visita amorosa de Dios

Si quisiéramos traducir esta oración en una imagen concreta, el pesebre se nos presenta como el lugar privilegiado. Allí se hace visible lo que hoy pedimos: Dios se inclina, se acerca y entra en nuestra historia, visitando las zonas más frágiles de la condición humana.

El pesebre es una confesión de fe viva. En él contemplamos a un Dios que elige la cercanía, la sencillez y la ternura; un Dios que se ofrece desde la vulnerabilidad y que habla con el lenguaje del amor silencioso. Quien se detiene ante el pesebre aprende que la fuerza del Evangelio brota de la mansedumbre y de la entrega.

Volver al pesebre es volver al centro del cristianismo: al amor encarnado que acompaña, sostiene y salva.

  1. El Adviento y la serenidad del corazón

En estos días previos a la Navidad, muchas personas experimentan cansancio interior, presión y una inquietud que termina opacando el sentido profundo de la fiesta. El Adviento actúa aquí como un discernimiento espiritual que ayuda a reconocer qué alegrías generan vida y cuáles provocan tensión y desasosiego.

Existe una narrativa muy difundida —encarnada simbólicamente en el al que llamo el “guatón de rojo”, el viejo pascuero— que asocia la Navidad con exigencia, consumo acelerado y expectativas difíciles de sostener. Frente a esa lógica, el Adviento propone un camino distinto: una alegría que nace de la interioridad, del silencio y de la contemplación.

La Navidad que brota del pesebre serena el corazón, fortalece los vínculos y humaniza la vida cotidiana. El Niño Dios ofrece presencia, inspira cuidado mutuo y despierta una alegría profunda, capaz de sostener la esperanza incluso en contextos exigentes.

  1. Una universidad visitada por la luz del Señor

Esta Misa de Navidad nos congrega como comunidad universitaria, y ello reviste un profundo significado. También la Universidad —nuestra PUCV— vive momentos que requieren luz: en sus preguntas, en sus procesos, en sus discernimientos y en su proyección hacia la sociedad.

Como he recordado en otras ocasiones en esta misma capilla, nuestra Universidad nació desde un acto profundamente espiritual, poniendo su camino bajo el signo del Corazón de Cristo. Esa raíz fundacional sigue siendo una fuente viva que orienta nuestra identidad y nuestro quehacer académico y comunitario.

Vivimos tiempos de decisiones, de participación y de legítima diversidad de opiniones. El Adviento nos ofrece aquí una clave decisiva: la unidad se construye desde la comunión, y el discernimiento auténtico madura cuando se cultiva el respeto, la escucha y la búsqueda compartida del bien común.

Cuidar las palabras forma parte esencial de este camino, junto con el respeto profundo por cada persona, por su dignidad y por su buena fama. Cuando la Universidad protege estos valores, fortalece su tejido humano y se convierte también en pesebre, en espacio fecundo donde Dios puede nacer y donde su luz puede irradiarse hacia la sociedad.

  1. Una misión universitaria al servicio del país

Ayer, como país, vivimos una jornada significativa marcada por las elecciones presidenciales. Frente a los resultados y al tiempo que se abre, nuestra Universidad está llamada a renovar con convicción su identidad católica y su misión al servicio de Chile, aportando reflexión serena, formación integral y compromiso con la dignidad de toda persona.

La PUCV, fiel a su inspiración cristiana, está llamada a ser espacio de diálogo responsable, de pensamiento crítico iluminado por la fe y de servicio generoso al bien común, especialmente en tiempos que reclaman altura ética, sabiduría y esperanza.

 

  1. Corazones iluminados para una esperanza compartida

La oración colecta que hoy proclamamos dirige nuestra atención al lugar decisivo donde todo comienza:

“Ilumina las tinieblas de nuestros corazones.”

Desde el corazón iluminado por la visita del Señor nace el deseo auténtico de servir: servir a la unidad, servir a la comunidad universitaria de la PUCV, servir al bien común y a la misión compartida que nos ha sido confiada. Un corazón visitado por Cristo aprende a poner sus dones al servicio de la comunión y a construir vínculos que fortalecen la vida institucional.

Desde allí brota toda renovación auténtica.
Desde allí se afianza la comunión verdadera.
Desde allí se orienta el discernimiento hacia caminos que integran y edifican a toda la comunidad universitaria.

Que esta Navidad nos encuentre como una comunidad universitaria abierta a la visita del Señor, dispuesta a caminar con confianza, con espíritu de discernimiento y con profunda responsabilidad cristiana, cuidando la unidad como un don precioso y una tarea permanente.

Querida comunidad de la PUCV:
acerquémonos al pesebre.
Aprendamos del Dios pequeño y cercano.
Dejemos que su luz transforme nuestros corazones y nuestra vida institucional.

Que esta luz haga de nuestra Universidad un lugar de humanidad, de encuentro, de servicio y de esperanza para Valparaíso, para la Iglesia y para nuestro país.

Coordinación de Gestión PUCV