PUCV
Te Deum Ecuménico en Valparaíso: oración por la paz y la unidad en el centenario diocesano
Con motivo de las Fiestas Patrias y como Acción de Gracias, al acto asistieron las principales autoridades regionales y de la PUCV
El miércoles 10 de septiembre de 2025, en la Catedral de Valparaíso, se celebró el tradicional Te Deum Ecuménico e Interreligioso con motivo de las Fiestas Patrias, instancia que reunió a autoridades regionales, representantes de diversas confesiones religiosas y miembros de la comunidad porteña, en un ambiente de recogimiento y fraternidad.
La ceremonia estuvo marcada por la conmemoración del primer centenario de la Diócesis de Valparaíso y por un llamado urgente a la paz en todos los ámbitos de la vida nacional: la política, la convivencia social, las familias y los barrios.
Entre las autoridades presentes, destacó la participación de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, representada por el Vice Gran Canciller, Fray Cristian Eichin Molina OFM, el Rector, profesor Nelson Vásquez Lara, la Decana de la Facultad Eclesiástica de Teología, profesora Loreto Moya, la Directora de la Pastoral PUCV, Jazna Villarroel, junto a vicerrectores, académicos y funcionarios de la institución.
Una homilía centrada en la paz
Durante su mensaje, el Obispo de Valparaíso subrayó múltiples motivos de gratitud a Dios: por la tierra fértil y diversa de nuestro país, por la libertad alcanzada, por la solidaridad de su pueblo, por las tradiciones y pueblos originarios, y por la fe que anima la vida de la diócesis, en especial en la devoción a la Virgen de Lo Vásquez.
A la vez, destacó que Chile y la región requieren con urgencia una paz que sane memorias y pacifique los ánimos, recordando las palabras de Jesús en la Última Cena: “La paz les dejo, mi paz les doy”.
El Obispo invitó a reflexionar sobre tres dimensiones de la paz cristiana:
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Una paz que desarma el corazón, superando la ira, el prejuicio y la desconfianza.
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Una paz que reconcilia la memoria, capaz de transformar heridas en oportunidades de sanación.
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Una paz que se hace vida, mediante gestos concretos de cercanía, perdón y servicio, en la línea del llamado del Papa Francisco a una Iglesia en salida.
En este contexto, exhortó a autoridades políticas y sociales a construir el bien común desde el respeto, el diálogo y la responsabilidad, señalando que la ciudadanía espera propuestas serias y trabajo honesto en favor de los más necesitados.
Un llamado a la esperanza
La homilía también se enlazó con la historia centenaria de la Iglesia de Valparaíso, reconociendo los aciertos, las fragilidades y el compromiso renovado de servir a los más pobres, jóvenes, migrantes y heridos. Con palabras inspiradas en Gabriela Mistral, el Obispo animó a soñar con un país donde nunca falten madres y padres que eduquen en la paz, jóvenes que inspiren, políticos que construyan acuerdos, y un Estado honesto y eficiente.
La ceremonia concluyó con la súplica confiada a la Virgen María, Stella Maris y Virgen del Carmen, para que guíe la barca nacional hacia la unidad y la esperanza.
En el siguiente Link se encuentra la transmisión del TE DEUM ecumémico e interreligioso de la diócesis de Valparaíso
Homilía
Monseñor Jorge Vega Velasco, svd, Obispo de la diócesis de Valparaíso
Gran Canciller de la PUCV
Queridas autoridades, apreciadas hermanas y hermanos de esta amada diócesis de Valparaíso.
Queridos porteños y porteñas.
Reunidos en este solemne Te Deum de fiestas patrias, elevamos juntos una voz de alabanza a Dios y tenemos muchas razones para ensalzarlo. Por eso decimos a ti, oh Dios, te alabamos por esta tierra fértil y abundante que nos has dado, por las islas y el continente, por los valles y los hielos del sur, por el desierto y las costas, por la bella cordillera blanca y por el mar que nos baña. A ti, oh Dios, te alabamos por la historia de nuestro país y por la libertad conseguida.
A ti, oh Dios, te alabamos por la solidaridad de nuestro pueblo que se hace patente en los desastres, en las tragedias pero también en el cotidiano convivir. A ti, oh Dios, te alabamos por las tradiciones chilenas, por nuestro baile nacional, por la gente del campo, del mar, de las ciudades y por los pueblos originarios, especialmente los de nuestras queridas islas de Juan Fernández y de Rapa Nui.
A ti, oh Dios, te alabamos por la fe del pueblo chileno, que se manifiesta vivamente en la religiosidad popular, por la bella fiesta de la Virgen de la Purísima de lo Vázquez, la fiesta más grande del país y que es nuestra, es de esta diócesis, que es de esta región. Al mismo tiempo que te alabamos a ti, oh Dios, por su generosidad, también le suplicamos al mismo Dios un don para nuestro país y región, ya que necesitan con urgencia la paz. Paz en la política, paz en la vida pública, paz en los barrios y paz en nuestras relaciones cotidianas.
Una paz que sane memorias, pacifique los ánimos y abra caminos de amistad social. El Evangelio que hemos escogido para hoy nos regala la promesa de Jesús en la última cena: la paz les dejo mi paz les doy. En el diálogo con uno de sus apóstoles, Jesús anuncia el envío del Espíritu Santo y entrega su paz como herencia Pascual. Esa paz no es simple ausencia de conflicto. En la Biblia shalom significa plenitud, integridad y armonía reconciliada con Dios, con los demás, con la creación y con nosotros mismos.
La paz de Cristo no es frágil, no es un frágil equilibrio de fuerzas ni tregua que depende de cálculos o encuestas. Para nosotros la paz es presencia, es el resucitado que por el espíritu habita en nosotros y nos capacita para amar, obedecer y vencer el miedo.
Les invito ahora a que contemplemos tres rasgos de la paz que nos da el Señor. Primero, paz que desarma el corazón. Antes de desactivar las armas externas, hay que desarmar las internas: la ira, la desconfianza, la ironía y el prejuicio. Cuando el espíritu habita en el alma, se apaciguan las palabras, se abren los oídos y se ensancha el corazón para escuchar la verdad. La paz de Jesús tiene tal fuerza, que ilumina internamente y nos regala un corazón nuevo donde maduran los frutos de la mansedumbre y el dominio de sí mismo.
Segundo, la paz que reconcilia la memoria. De nada servirá hacer memoria de nuestra historia si no aprendemos a reconciliarnos con ella. Nuestra historia personal y social están llenas de marcas y cicatrices que demuestran el paso de los años y también las experiencias vividas. Pero si no somos capaces de mirar nuestras heridas como una oportunidad de sanación, veremos en nuestras sociedades la rabia y la frustración. Ya hemos visto lo que sucede cuando la violencia se apodera de algunos. Nuestra opción es la paz de Jesús, que jamás niega el dolor, pero sí lo atraviesa con verdad, justicia y misericordia. Nuestras cruces personales y sociales no se borran con violencia. Ellas han de ser un lugar de encuentro donde cada cual ponga lo mejor de sí para aliviar la carga de los demás.
Tercero, somos hacedores de paz. La paz es un trabajo concreto y una forma de vivir. La paz de Cristo camina con obra de cercanía, cuidado y perdón ofrecido. Por eso un cristiano que vive en paz, no teme al encuentro con el otro, sino que apuesta por los demás y se juega por el sufriente. El amado Papa Francisco de feliz memoria dijo: prefiero una iglesia accidentada y herida y manchada por salir a la calle antes que una iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. Hoy inspirándome en el Papa les digo: prefiero que suframos sirviendo a que nos quedemos cómodos y mudos mirando desde la vereda como sangra nuestro pueblo.
Nuestro querido papá León XIV, en su primer saludo Urbi et Orbis, nos habló de la paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante, una paz que viene de Dios y que quiere entrar en los hogares y en los pueblos. Esa expresión ilumina esta hora chilena, desarmada porque renuncia a la lógica del poder sobre el otro desarmante porque la humildad y la perseverancia desactivan el rencor y el egoísmo. Qué poco resultados tienen las críticas a los demás si no aportamos de lo nuestro.
Desde esta iglesia que mira el mar y abraza sus valles y cerros y en estos días de chilenidad, los animo a pedir la gracia de pacificar lo cotidiano, la paz de todo de todos los días. Por eso imploro que haya paz en la vida pública, que la confrontación de ideas sea leal, que la verdad se imponga sobre las noticias falsas, que la dignidad del adversario sea siempre respetada. La región se construye con diálogo social y perseverante y con acuerdos que protejan a los más frágiles.
Queridos amigos que se dedican a la noble tarea política, que aspiran a un cargo de elección popular, les invito a que modelen el lenguaje y construyan la paz. Los ciudadanos no queremos ver a los políticos peleando, los queremos ver pensando políticas públicas serias y responsables y trabajando honestamente en favor de los más carenciados.
Por eso imploro también que haya paz en los barrios y poblaciones. Las iglesias conocemos muy bien cada rincón de la región. Nuestros templos y lugares de cultos están donde muchas veces el estado no llega. Sabemos de los sufrimientos que allí se padecen, violencia, soledad, narcotráfico y miedo. Para nosotros, las cifras de delincuencia y homicidios son historias concretas. Sentimos en carne propia los dolores de nuestros feligreses. Por eso la paz se teje con presencia pastoral, trabajo digno, escuelas que enseñen, juntas de vecinos que se escuchen, policías respetadas y respetuosas y demás instituciones del estado eficientes y eficaces.
Por eso imploro que haya paz en las relaciones personales, cuidemos de la familia como institución fundamental de la sociedad. Aunque existen esfuerzos de algunas ideologías por degradar la composición familiar, nosotros seguiremos predicando el valor de esta institución, como sereno espacio para que los niños y jóvenes crezcan seguros libres y henchidos de valores. Por eso imploro que haya paz en la humanidad y que los conflictos hoy existentes, no sean importados a esta tierra bendita. Por el contrario que quienes habitamos en estas latitudes, nos transformemos en puente de reencuentro entre quienes hoy están divididos. Imploro que entre nosotros en el trabajo y la vida social recuperemos la gentileza, la humanidad, la capacidad de pedir perdón y la decisión de hacer las cosas bien.
Nuestra diócesis de Valparaíso vive su primer centenario. Junto a todos ustedes también decimos: a ti, oh Dios te alabamos por un siglo de anuncio evangélico y de caridad. En estos primeros 100 años, nuestra iglesia diocesana ha sido testigo de la acción de Dios en medio de nuestro pueblo entre las esperanzas y desafíos de cada tiempo lugar. Hemos perseverado en el don de la fe y en un vínculo de amor mutuo. Hay tantas personas e instituciones que han hecho posible lo que hoy somos y tenemos y por ellas damos gracias.
Por supuesto que también hemos pedido perdón. Lo hicimos solemnemente en este mismo templo catedral El día viernes 28 de marzo. Pedimos perdón a Dios por nuestros pecados y faltas que han herido su amor y a su pueblo. Para nosotros era imposible avanzar hacia un nuevo centenario si no reconocíamos nuestra debilidades y limitaciones, nuestras infidelidades omisiones divisiones y conflictos.
Lo hicimos con honestidad, lo hicimos con dolor, pero también con la confianza que el Señor nos ayudará a caminar por senderos de verdad, reparación y justicia. Y también frente a ustedes renovamos el compromiso de hacer de nuestra iglesia porteña una comunidad en salida, especialmente preocupada de los más pobres, de los jóvenes, de los migrantes y de quienes han sido heridos. Tenemos el gran desafío de perseverar en la esperanza, por eso los invito a renovar nuestro compromiso de ser una iglesia en salida que vaya al encuentro de todos los seres humanos de nuestra región, especialmente los más sufrientes.
Les invito a hacer una iglesia diocesana en salida que no se impone por decreto, ni se hace desde la jerarquía, sino que supone la participación de todos los miembros del pueblo santo de Dios. Mirar afuera de la Iglesia significa entre otras cosas amoldarnos en la cercanía y el servicio de los últimos.
Al finalizar mi mensaje los invito a mirar a nuestra gran Gabriela Mistral, maestra de Chile, que soñó una paz que juntara a los pueblos y a los niños en una sola ronda. Permítanme traer un verso luminosos de su Ronda de La Paz:
Las madres cantando batallas
sentadas están al umbral
que nunca falten madres y padres de familia
que del umbral de su casa y escuela
enseñen a sus hijos a cortar las cadenas de la violencia y a sembrar la paz
Que nunca falten ancianos, que sean respetados por su dignidad y derechos y que nos muestren la verdadera sabiduría de vida. Que nunca falten jóvenes que nos inspiren a luchar por la verdad, la justicia y el amor. Que nunca falten niños que de desde su inocencia cuidada y protegida nos deslumbren con su ingenuidad y pureza.
Que nunca falten políticos que sean artesanos del diálogo y constructores del bien común. Que nunca falten fuerzas armadas y de orden que den la vida por la patria. Que nunca falten voluntariados que ayuden a construir una sociedad mejor.
Que nunca falte un estado honesto y eficiente, preocupado por las reales necesidades de los que habitamos en esta bendita tierra. Que nunca falte personal consagrado para seguir mostrando el rostro tierno de Dios que consuela a los que lloran.
Maria, Stella Maris, Virgen del Carmen, cúbrenos con tu manto, enséñanos la paz del trabajo bien hecho y guía la barca nacional al puerto de la vida eterna. Y ahora con la iglesia diocesana que cumple 100 años, repetimos con fe todos juntos: Señor danos tu paz, haznos instrumento de tu paz.
Coordinación de gestión.
Vice Gran Cancillería