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Homilía de Mons. Alberto Ortega, Nuncio Apostólico, en el X Aniversario de la Facultad Eclesiástica de Teología PUCV

Compartimos la homilía de Mons. Alberto Ortega, Nuncio Apostólico, en el marco de la eucaristía celebrada el pasado 13 de agosto para conmemorar los 10 años de nuestra Facultad.

19.10.22

X ANIVERSARIO de la Facultad Eclesiástica de Teología de la PUCV

Homilía de Mons. Alberto Ortega, Nuncio Apostólico

(13 de octubre de 2022)

 

Me alegra celebrar este décimo aniversario de la Facultad Eclesiástica de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso con ustedes y dar gracias a Dios.

Saludo a Mons. Jorge Vega Velasco, SVD, Obispo de Valparaíso y Gran Canciller de la PUCV, a Mons. Gonzalo Bravo Álvarez, Obispo de San Felipe y Decano de la Facultad Eclesiástica de Teología y a todos los responsables, profesores y personal de dicha Facultad, así como a los estudiantes.

Es bonito comenzar la celebración con la Eucaristía. Eucaristía quiere decir acción de gracias. Damos gracias a Dios por estos 10 años de vida llenos de frutos de bien en un camino que están llamados a seguir consolidando al servicio, no sólo de la Iglesia, sino de toda la sociedad de nuestro querido País.

Han elegido para este día la Misa por la Santa Iglesia. Es el contexto adecuado para situarnos y entender la misión de la Universidad católica que nace y debe vivir siempre “Ex Corde Ecclesiae”, es decir, del corazón de la Iglesia.

Hemos pedido en la oración a Dios que la Iglesia sea siempre un pueblo santo reunido en la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo para que manifieste el misterio de la santidad y de la unidad de Dios al mundo y lo lleve a la perfección de su amor.

Nos reunimos como pueblo santo, unidos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,  para manifestar el misterio de Dios al mundo y llevarlo a la perfección del amor de Dios.

¡Qué tarea más bonita e importante! Esa es la misión de la Iglesia. Manifestar el misterio de Dios a los hombres, es decir la buena noticia de Jesucristo y llevar el mundo a su perfección, según el designio de Dios.

El martes pasado, memoria de San Juan XXIII, el Papa Francisco celebraba la Misa con motivo del 60 aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, que fue un momento especial de gracia y de bendición para la Iglesia. El Papa comentaba que el Concilio fue una ocasión preciosa para la Iglesia para interrogarse sobre sí misma, y reflexionar sobre su propia naturaleza y su propia misión. Y decía: “la Iglesia se redescubrió como misterio de gracia generado por el amor, se redescubrió como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, templo vivo del Espíritu Santo”.

Añadía el Papa: “Esta es la primera mirada que hay que tener sobre la Iglesia, la mirada de lo alto. Sí, hay que mirar la Iglesia ante todo desde lo alto, con los ojos enamorados de Dios”.

Esta es la invitación que quiero hacer hoy a ustedes en este aniversario y que sea como un punto permanente de referencia para ustedes como Facultad de Teología. Mirar a la Iglesia no con una mirada pequeña, reducida, sino con una mirada de amplio horizonte, desde lo alto, con los ojos enamorados de Dios. Es decir teniendo en cuenta, y como punto central de referencia, el amor de Dios, su designio de salvación para todos los hombres. Esto es también muy importante para mirarnos a nosotros mismos.

A esta mirada amplia, con el respiro de Dios, nos invita también la Palabra de Dios que hemos escuchado.

El himno precioso con que inicia la carta de San Pablo a los Efesios empieza con estas palabras: “Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor”.

¡Qué importante es partir desde aquí, desde esta mirada agradecida por los dones de Dios. El Papa Francisco nos invita a menudo a hacer memoria agradecida de lo que Dios ha hecho y hace en nuestra vida.

El himno de San Pablo habla luego del designio de salvación de Dios que abraza todo, “con el fin de reunir todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, bajo una sola Cabeza, que es Cristo”.

Desde este reconocimiento agradecido del amor de Dios, de su designio de salvación que abraza todo el mundo, se entiende la misión de la Iglesia y en ella de la Universidad católica y en ella de la Facultad de Teología.

Para que este don de Dios, de tanta riqueza, llegue a los hombres y mujeres, que puedan reconocerlo y vivirlo, para que el mundo sea llevado a la perfección del amor de Dios, para que el mundo sea cada vez más Reino de Dios.

Para ello es importante partir siempre “Ex Corde Ecclesiae”, es decir, del corazón de la Iglesia, no partir de nosotros mismos.

Decía el Papa Francisco el martes pasado: “Preguntémonos si en la Iglesia partimos de Dios, de su mirada enamorada sobre nosotros. Siempre existe la tentación de partir más bien del yo que de Dios, de anteponer nuestras agendas al Evangelio, de dejarnos transportar por el viento de la mundanidad para seguir las modas del tiempo o de rechazar el tiempo que nos da la Providencia, de volver atrás”.

Es lo que les pasó a los fariseos o a los doctores de la ley, que Jesús critica en el evangelio. Estaban demasiado centrados en sí mismos y no se dieron cuenta que el tiempo se había cumplido y que el Reino de Dios estaba cerca, no se convirtieron y no creyeron en la buena noticia.

El evangelio nos previene en negativo sobre lo que no tenemos que hacer. “Ay de ustedes, doctores de la Ley, porque se han apoderado de la llave de la ciencia! No han entrado ustedes, y a los que quieren entrar, se lo impiden”.

Que no tengamos que oír esta queja, que no nos apoderemos de la llave de la ciencia. Lo que se nos ha dado, la fe de la Iglesia, es demasiado precioso y es eso lo que tenemos que transmitir. Entremos con gratitud y apertura de corazón y ofrezcamos este tesoro a los demás como luz y como fuente de alegría y de esperanza.

El Papa Francisco añadía: “Redescubramos el Concilio para volver a dar la primacía a Dios, a lo esencial, a una Iglesia que esté loca de amor por su Señor y por todos los hombres que Él ama, a una Iglesia que sea rica de Jesús y pobre de medios, a una Iglesia que sea libre y liberadora”.

Me gusta ver en estas palabras una especie de programa para la Facultad de Teología, para ayudar a la misión de la Iglesia.

Hago mía para ustedes la oración y el deseo que expresaba el Papa Francisco: “Señor, enséñanos a mirar alto, a mirar la Iglesia como la ves Tú. Y cuando seamos críticos y estemos insatisfechos, recuérdanos que ser Iglesia es testimoniar la belleza de tu amor, es vivir respondiendo a tu pregunta: ¿me amas?”. 

Les dejo esta reflexión basada en las palabras del Papa para que les acompañe en su camino como Facultad de Teología.

Y les encomiendo a la protección de la Virgen María, y la propongo a ella como modelo; porque acogió con docilidad y gran fe la Palabra de Dios; porque se puso en camino para compartir este don con los demás; porque conservaba estas cosas meditando en su corazón; porque atenta a las necesidades de los demás les indicaba aquel que puede dar respuesta: hagan lo que él les diga; porque nos muestra siempre a Jesús, el fruto bendito de su vientre.

Que María les sirva de guía y que el Señor siga produciendo muchos frutos de bien y bendición a través de la Facultad de Teología.

Que Dios les bendiga.