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Columna de opinión: “Serenidad”, por prof. Jorge Mendoza

"Los años que cargamos a cuestas nos permiten mirar los acontecimientos de la contingencia con la perspectiva histórica que los sitúa en una dimensión que nos aleja tanto de los mesianismos triunfadores como de los pesimismos catastrofistas", reflexiona el académico de Teología PUCV.

07.06.22

SERENIDAD

JORGE MENDOZA V.

Para mirar la vida y la muerte, la alegría y el dolor,

el amor y el dinero, como Tú los miras,

como Tú me dices que los mire.

Andrés Aninat de Viale Rigo.

            Inicio estas reflexiones recurriendo a uno de los párrafos del libro Reflexiones sobre la Eucaristía del P. Andrés Aninat porque tanto sus palabras, como su misma persona, me sirven de sustento al tema del título. Unas breves palabras sobre el P. Andrés que siempre mantuvo la serenidad y la alegría pese a tener que vivir, tanto en lo personal como en los momentos históricos que nos tocó, una actitud que mostraron su coherencia entre la fe y el discernimiento que hacía de esos mismos tiempos. Con esto quiero dejar sentado que el tema no es sólo de una abstracción sin asidero en la historia sino que, por el contrario, es tanto el desarrollo de los conceptos como su vivencia en lo diario.

            Para quienes hemos vivido varios momentos que fueron puntos de inflexión en el acontecer nacional no nos resulta extraño el volver a sentir las mismas inquietudes, temores y también esperanzas que vivimos anteriormente. Los años que cargamos a cuestas nos permiten mirar estos acontecimientos con la perspectiva histórica que los sitúa en una dimensión que nos aleja tanto de los mesianismos triunfadores como de los pesimismos catastrofistas. Es cierto que cuando los vivimos, algunos muy dolorosos por la pérdida de tantas vidas que se jugaron por sus esperanzas y convicciones, también tuvimos esa mezcla de sentimientos en la que estaban tanto nuestros miedos como nuestros deseos de una buena vida personal y social. Sin embargo, mientras más nos adentremos en el pasado y anclemos nuestra mirada y nuestros sentimientos en él, menos espacio podemos dejar para nuestro presente y para proyectar un nuevo futuro.

            Volvemos a estar en la encrucijada no solo de un nuevo proyecto de sociedad, que se estaría plasmando en las reglas del juego social y que revertiría los males del anterior ordenamiento político, sino también entre la creencia que el devenir histórico solo depende de nuestra voluntad o la de dejar también, para quienes somos creyentes, un espacio para confiar en la providencia divina. Por una parte están los mesianismos sociales que creen tener la capacidad de redimir la sociedad pero, que al mismo tiempo, provocan temor en quienes no comparten su sueño de una convivencia regida por valores diferentes a los propios. De otra parte suelen estar los que desconfían de la capacidad del hombre para establecer una sociedad más justa y que permita que todos y cada uno logre su pleno desarrollo, haciendo descansar todo en la voluntad de Dios, liberándose de este modo de sus propias responsabilidades o, peor aún, basados en esa misma desconfianza hacia el comportamiento humano tienden a fijar las vidas personales dentro de marcos jurídicos cada vez más restrictivos.

            En ambos casos se produce un desequilibrio entre la responsabilidad personal, que cada uno debe asumir, y la aceptación de que también otros tienen participación en la construcción del bien común que queremos disfrutar en paz. Si bien debemos desempeñar nuestra responsabilidad personal en el ordenamiento social, especialmente a través de la esfera de la vida política, pero también en nuestro diario vivir, no menos cierto, me parece, es que tenemos que cultivar en nuestros corazones la confianza en la buena voluntad de otros que también ejercen sus personales posiciones frente a la vida social. No se trata de ganadores y perdedores, de quienes imponen sus propios criterios en desmedro de quienes no los comparten. Se trata, más bien, de esa actitud de aceptación de la diversidad, de la multiplicidad de caminos que nos puedan llevar a un propósito común. Si queremos construir comunidad tenemos que aceptar, y desear, la diversidad que es capaz de enriquecernos por su capacidad de mostrar ángulos, problemas y soluciones diferentes a las personales sin olvidar que la naturaleza humana tanto es capaz de hacer el bien como de hacer el mal y esto nos incluye a nosotros mismos. Es obvio que esta diversidad y diferencias nos provoquen temores sobre el devenir de la sociedad. Siempre estaremos o, al menos, nos sentiremos más seguros y confortables en los espacios en que no hay incertidumbres sino un claro horizonte hacia el futuro que concuerda con nuestras expectativas. La armonía, tanto en lo musical como en lo social, no es fruto de una sola nota que se impone sobre las demás, sino la conjunción de muchas notas.

            Vuelvo sobre la idea del P. Aninat de mirar la vida y sus acontecimientos con la mirada de Jesús, con la serenidad que da el confiar en que Dios no nos abandona incluso cuando todo nos parece oscuro y amenazante, cuando nuestros proyectos de vida parecieran condenados al fracaso. Entender que la vida y sus acontecimientos no necesariamente nos llevan hacia un caos social –anomia dirían los expertos- es ponerse en la mirada, en la perspectiva y en los criterios con que Él miraba el mundo y que le daba la sabiduría para tomar las decisiones correctas pese al temor que las rodeaba, y aceptando el costo personal que ello significaba. No es un abandonarse sin más a lo que sería una voluntad sobre la que no tenemos conocimiento ni posibilidad de modificar pero, tampoco, la excesiva confianza en nuestros propios criterios y visiones de la sociedad. Se trata más bien de esa disponibilidad para ponerse al servicio de una causa común que no es sino el hombre mismo y su deseo de plenitud en todas sus dimensiones.

Valparaíso, 06 de junio de 2022