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Reflexiones a la Educación Superior Universitaria

Por Felipe González Catalán

07.10.21

La educación, en todos sus niveles y contextos, frecuentemente se ha visto enfrentada a importantes cambios. Estos se han ido generando, primordialmente, a propósito de las exigencias de un mundo globalizado y altamente exigente en términos de la formación. Así, los cambios se originan en la necesidad de contar con ciudadanos que cuenten con las herramientas suficientes para enfrentar los desafíos que emergen de nuevos contextos sociales, políticos, económicos y culturales. 

La educación superior, y específicamente la universitaria, a diferencia de otros niveles de formación, ha ido integrando reformas de manera más pausada. En este sentido, los cambios más importantes han estado en el marco de las políticas educativas de aseguramiento de la calidad, financiamiento y acceso. Así también se ha avanzado en la integración de reformas con respecto a la arquitectura curricular, es decir, la propuesta formativa concreta que, en alguna medida, se materializa en los planes formativos, programas de estudio, estrategias de enseñanza y evaluación. En este ámbito se han introducido importantes cambios, pues las instituciones universitarias han declarado, en sus políticas de formación, proyectos educativos o marcos curriculares, posicionarse desde un enfoque de formación “de competencias”, “basado en competencias”, “orientado al desarrollo de competencias” y otras denominaciones adicionales que se han ido acuñando. Sin embargo, estas diferencias están a nivel superficial,  pues, querámoslo o no, el fondo responde a lo mismo, vale decir, entregar una formación que intenta movilizar conjuntamente conocimientos, destrezas y actitudes en el marco de tareas o problemas complejos propios de un área del saber (López, 2016).

Lo anterior, es un punto interesante de analizar, pues estos “nuevos posicionamientos” de las universidades se basan en el proceso de Bolonia. Este último corresponde a la reforma implementada en la educación superior del espacio Europeo, donde lo que se realizó fue definir cuáles eran las competencias y resultados de aprendizaje en distintas áreas de formación, logrando una cierta equivalencia entre las universidades participantes (Palés-Argullós, Nolla-Domenjó, Oriol-Bosch y Gual, 2010). 

En Chile, aún nos encontramos en un proceso de tránsito, pues a juicio de este autor, la implementación efectiva de un modelo formativo de estas características se encuentra aún en el papel, mas no en la práctica. Esto se debe a que existen orientaciones y propuestas para desarrollar una formación bajo un modelo orientado a formar en competencias, pero su puesta en práctica se ha tornado compleja. Aún en las aulas universitarias es posible encontrarse con clases magistrales donde la participación de los estudiantes tiene un rol secundario o donde los aprendizajes carecen de un contexto que invite a problematizar y aplicar lo aprendido. 

El contexto de emergencia sanitaria y, en concreto, las medidas definidas por la autoridad de salud impactó en distintos ámbitos, siendo uno de ellos, sin lugar a dudas, la formación universitaria. Esto dado que la pandemia obligó a las instituciones a instalar un nuevo espacio de enseñanza, significando esto un cambio sustancial respecto de cómo concebíamos la educación hasta entonces. Para el mundo universitario esto significó, directamente, un nuevo posicionamiento paradigmático, pasando de la clase magistral, centrada primordialmente en la figura del docente, a espacios interactivos y multimodales para la enseñanza. Esto impactó en distintos niveles, así, bajo un nuevo escenario el rol del estudiante ha requerido una mayor apertura, capacidad de análisis, crítica y, sobre todo, autonomía; mientras que el profesor, se ha visto en la necesidad de enfrentarse a procesos de autoformación, instruyéndose en nuevos métodos y estrategias de enseñanza y evaluación, coherentes con el nuevo ambiente de aprendizaje.

Lo mencionado, ha significado grandes desafíos y aprendizajes. No obstante, también han surgido nuevas problemáticas, así es posible mencionar la necesidad de fortalecer las competencias digitales del profesorado universitario, siendo esto una necesidad imperante en los contextos emergentes de enseñanza. Asimismo, es un requisito ineludible comprender que estos nuevos espacios no pueden ni deben traducirse en una réplica de los espacios tradicionales de formación, pues las estrategias, métodos, recursos e interacciones obedecen a lógicas diferentes. Finalmente, la integridad académica, pues estos nuevos ambientes exigen la regulación y monitoreo permanente en torno a las conductas de sus participantes, específicamente aquellas que dicen relación con el quehacer formativo. Esto dado que una formación integral implica no únicamente la adquisición de conocimientos y destrezas en un ámbito, sino que también significa lograr desempeñarse de acuerdo a determinados códigos éticos propios de un futuro profesional que desea ser un aporte para la construcción de una mejor sociedad. 

Esta columna fue publicada en El Pensadero de la PUCV. 

*Las opiniones vertidas en la columna no representan necesariamente el pensamiento institucional de la Facultad y Escuela de Derecho PUCV.

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