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MES DE MARÍA Espacio de Oración

Le invitamos a vivir un momento de paz en nuestro espacio de oración. Disponga su cuerpo y mente para reflexionar en torno a la figura de María.

Saludo: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Motivación

“¿Dónde está Dios?, ¡En el cielo, en la tierra y en todo lugar!”, respondía el catecismo tradicional y así se guardaba en la memoria. Jesús nos enseñó en la conversación con la samaritana que llegará la hora en que los verdaderos adoradores lo harán “en espíritu y en verdad” (Jn 4, 22-24), y también que “donde dos o tres se reúnen en mi Nombre, Yo estoy en medio de ellos” (Mt 18, 20). Pero Él eligió ir y orar en el gran Templo de Jerusalén, en momentos cruciales de su vida, como el que hoy meditaremos.

Oración de apertura del mes

¡Oh María!, durante el bello mes a ti consagrado, todo resuena con tu nombre y alabanza. Tu santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos te han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presides nuestras fiestas y escuchas nuestras oraciones y votos.

Para honrarte hemos esparcido frescas flores a tus pies, y adornado tu frente con guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no te das por satisfecha con estos homenajes. Hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan, y coronas que no se marchitan. Estas son las que esperas de tus hijos, y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.

Sí, los lirios que tú nos pides son la inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos, pues, durante el curso de este mes consagrado a tu gloria, ¡oh Virgen Santa! en conservar nuestras almas puras y sin mancha, y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aún la sombra misma del mal.

La rosa cuyo brillo agrada a tus ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos, pues, los unos a los otros como hijos de una misma familia cuya madre eres tú, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal.

En este mes bendito procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que te es tan querida, y con tu auxilio, llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y esperanzados.

¡Oh María! Haz producir en nuestros corazones todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para que podamos ser algún día dignos hijos de la más santa y la mejor de las madres. Amén.