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Columna: ¿Cómo nos cuidamos en tiempos de pandemia?

Compartimos columna de opinión de la Dra. Gabriela Rossi, académica del Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.

La pandemia de Covid-19 nos ha sometido a lo largo de los últimos meses a desafíos de diverso tipo: sanitarios, políticos, económicos, psicológicos, educativos y, también, éticos. Los desafíos éticos no sólo aparecen en el plano lejano de las políticas públicas sometidas a la alternativa entre proteger la vida o proteger la economía (una disyuntiva que, así planteada, es probablemente falsa, dado que la experiencia exitosa de algunos países como Nueva Zelanda, Vietnam, Uruguay o Taiwan indican que proteger la vida es, al mismo tiempo, proteger la economía). Estos desafíos éticos aparecen, de modo mucho más inmediato y más real para cada uno de nosotros, en el cuidado mutuo que nos debemos como seres humanos, vulnerables y sujetos a una suerte que no depende enteramente de cada uno tomado de modo aislado. Hacernos cargo responsablemente de estos deberes éticos de mutuo cuidado es, pues, una manera de dar forma concreta a ideales abstractos de solidaridad.

Pienso en algo tan elemental como el uso de la mascarilla en espacios públicos y, en general, en espacios comunes. Si bien es probable que algunos lo perciban como un signo de debilidad (imaginando que uno se ve como vulnerable o temeroso si lleva mascarilla), lo cierto es que según varios estudios recogidos por la OMS usar mascarilla es, por el contrario, un medio relativamente poco eficaz para protegerse uno mismo de la infección por Sars-CoV-2 en caso de que los demás no la usen también. La eficacia de la mascarilla en el control de esta enfermedad reside, sobre todo, en que ella evita que quien la usa contagie a los demás, y esa eficacia se potencia en la medida en que su uso sea generalizado. En otras palabras, el cuidado funciona cuando es colectivo; aquí salvarse solo no es una posibilidad.

Es cierto que muchos de quienes vemos deambular a cara descubierta en recintos cerrados de edificios, playas, plazas y demás espacios públicos, quizá piensen que, de todos modos, ellos no están contagiados. Sin embargo, hay que recordar que esta enfermedad comienza a ser contagiosa antes de presentar síntomas; es decir, sin que uno sepa que está contagiado. Usar mascarilla es en este sentido un acto de humildad; y no bajarla al hablar con otro es, paradójicamente, un acto de cortesía. Es, en definitiva, como diría Kant, un acto de amor práctico y de cuidado hacia la humanidad de los demás.

Lejos de mostrar debilidad o descortesía, pues, el uso de mascarilla en nuestras interacciones muestra la fortaleza del respeto y la conciencia de nuestra vulnerabilidad compartida; lejos de ser deshumanizante, en estos tiempos de pandemia la mascarilla es lo que nos humaniza de modo más significativo.