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El medio es el mensaje: cómo leemos y cómo esto nos afecta

Por John Bradley

Un estudio reciente concluyó que los estudiantes universitarios prefieren el papel por sobre los e-books en una proporción alarmante, casi nueve contra uno. ¿Es nuestra preferencia por el papel el réquiem para los libros digitales? ¿O simplemente éstos no han estado a la altura de su supuesto potencial? En la opinión de este autor, podríamos interpretar el éxito y defectos de los e-books al entender que la manera en la que consumimos literatura y sus métodos de entrega pueden ser tan importantes como las mismas palabras.

La nueva tecnología haciéndose pasar por un viejo recurso se dispone al fracaso por sí misma. Portar un Kindle en tu chaqueta es ciertamente más simple que hacer malabares para acarrear los siete tomos de En busca del tiempo perdido. Pero, si el único problema que Kindle buscó resolver fue el espacio que ocupa el equipaje, los libros de bolsillo han hecho lo mismo desde hace mucho. Los lectores electrónicos (e-readers, en el original) y, por extensión, la tecnología moderna, necesitan jugar en base a sus fortalezas.

Libros a través de las ondas del aire
Recientemente encontré un video que mostraba la esperanza de que la nueva tecnología en lectura podría no sólo expandir el cómo compartimos la literatura con otros, sino también cómo la literatura misma podría compartir más con nosotros. Lleno de un discurso entusiasmado y vacío, el mensaje del video, especialmente en su tercio final, pregonaba que la tecnología puede ser usada para mejorar la experiencia de lectura y no sólo la comodidad de lectura.

Algunos de nuestros mejores autores modernos se han aproximado a la tecnología como un método mediante el cual nueva literatura pueda ser entregada. Black box, de Jennifer Egan, fue lanzada en de manera serializada en Twitter. La cuenta en esta red social de The New Yorker publicó una serie de tuits en nueve días, empezando en mayo del 2012. Egan dictó cátedra de escritura de suspenso, entretejiendo una provocativa y fascinante novela de espías que el límite de 140 caracteres de Twitter extrañamente hizo mejor, en lugar de perjudicarla. Egan tomó la tecnología y la utilizó a su favor. Similarmente, The Right Sort, de David Mitchell, empezó como un fenómeno de Twitter, suministrando al público más de 280 tuits, antes de que el autor desarrollara la historia que se convertiría en la más larga Slade House.

Sin embargo, por cada acierto de la tecnología, hay un fracaso. Atavist Books intentó entrar en el mercado de e-books innovadores y mejorados, publicando únicamente en forma electrónica varias novelas, incluyendo la verdaderamente excelente Sleep Donation, de Karen Russell. No obstante, después de apenas dos años, la compañía se retiró. Mientras que Atavist declaró que el mercado todavía estaba dominado por el material impreso (¿y dónde escuchas eso hoy?), su fracaso radicaba en la inhabilidad de la marca de apropiarse del potencial de medio. Sleep Donation, una excelente pieza de literatura, habría funcionado tan bien en papel como en un Kindle. Black Box, por otro lado, pertenecía a las ondas internáuticas.

Los libros como objetos
El lugar común de los amantes de la palabra impresa es que la sensación, el peso de un libro en las manos es lo que lo hace placentero. ¿De qué otra manera describir la diferencia entre tu ejemplar de La broma infinita y la edición de tapa dura, rasgada y ajada sin arreglo por incontables viajes en bus, parchada y escrita encima con notas para poder recordar a todos los personajes? Hablando desde una experiencia personal, no existe mejor manera de leer tal obra.

Los libros se han sintonizado más con su estatus como objetos.

Tal como las ventas de vinilos se han disparado no sólo por su contenido, sino que por su forma física, los libros también se han alineado más a su condición de objetos, no sólo medios para palabras. La casa de hojas, de Mark Z. Danielewski, es un flagrante ejemplo de un libro como objeto, que requiere que el lector siga rastros, tanto figurativamente y literalmente a la vez, volteando el libro una y otra vez para descifrar su obsesionante trama. Otros trabajos de Danielewski, incluyendo el reversible Only Revolutions, que debe ser leído y luego volteado de arriba abajo en determinados momentos, han abrazado su formato de objeto. La obra completa de J.J. Abrams, con notas, cartas, comentarios al margen manuscritos, es un ejemplo también. El proyecto del libro como objeto puede haber sido mejor empleado por Murciélagos de la República, de Zachary Thomas Dodson, el que contiene un sobre, rotulado por fuera con la advertencia de "No Abrir".

Lejos de juzgar un libro por su portada, considerarlo como una pieza de artesanía, separada de su contenido, es otra manera en la que los autores pueden expresarse. En Brasil, el sistema de transporte público entrega novelas gratis que funcionaban como pasajes.

Libros como fragmentos (y viceversa)
Toda esta discusión no pretende disminuir el contenido de un libro. A veces, el contenido de un libro y su relación con el mundo exterior es lo que mejor afecta nuestra lectura. Cómo un libro es editado, por ejemplo, o el contexto en el que fue compaginado puede afectar la lectura de su contenido. Incluso nuestro entendimiento de las experiencias personales de un autor (más allá de la simple revelación de que Hemingway conducía una ambulancia en la Primera Guerra Mundial, tal como en el libro) puede afectar cómo leemos el contenido de una novela. No es sólo el contexto en el que un libro fue escrito, sino el contexto en cómo el libro se convirtió en aquello que definió nuestra lectura.

El contexto en cómo se construyó el libro puede definir nuestra lectura.

Por ejemplo, El rey pálido, la novela póstuma de David Foster Wallace, es un testamento para libros trágicamente inacabados. Pero una certera lectura de la obra de Wallace revela que muchas de sus novelas terminan abruptamente sin una verdadera resolución, como si despertaras en la playa con la marea muy por sobre el nivel de la arena. ¿Puede el contexto del suicidio de Wallace afectar cómo leemos su novela? ¿Fue la intención de Wallace? ¿O estamos dotando de significado a aquello que no lo tiene y tratando de dar sentido a algo que carece de éste? Lo que sea que concluyas, el suicidio de Wallace está relacionado con El rey pálido, como si la novela fuera la nota misma.

Similarmente, la inclusión de Kurt Vonnegut de sí mismo como soldado en Matadero cinco agrega capas sin narrar a la historia. El libro comienza como una discusión en primera persona del autor sobre la escritura de la novela en la que está, como si quisiera descolocar al lector desde el vamos. Pero, si el lector entiende que mucho del Matadero cinco es autobiográfico, y que Vonnegut realmente vivió el bombardeo de Dresden, entonces la lucha del autor contra el derrotismo y fatalismo y nihilismo adquiere un matiz asombrosamente personal. Incluso Finnegan's Wake, aclamada por su estilo fragmentario, se trata de cómo es entregada la historia, el método de escribir, tanto como de su contenido -incluso si no más el primero que el segundo-.

La tecnología no parece estar lista para detener la palabra impresa, no más que el fuego del arte de la narración podría ser extinguido. Sin embargo, en lugar de estar asustado del cambio o de nuevos métodos de consumir un texto escrito, deberíamos explorar nuevas maneras de leer. Ahora que sabemos que los lectores electrónicos no han venido por nuestros libros, debemos preguntarnos a nosotros mismos qué podemos hacer por los lectores electrónicos, o realmente cualquier forma de escritura que no hayamos hecho antes.

Original publicado en http://thewilddetectives.com/john/articles/reading/the-medium-is-the-message-how-we-read-and-how-it-affects-us/